lunes, 2 de diciembre de 2019

Orilla

Hacía días que estaba alojado en ese pueblito junto a la costa. Esos pueblos que nadie va, que no tienen marketing de turismo porque no tienen playas calentitas, sol radiante y gente linda alrededor. No, acá la arena es gris, el agua es fría y mucho viento constantemente, casi que es más sano ir a estar en remera en una montaña que intentar darse un chapuzón en estas playas. Pero yo no soy como los demás tampoco, quizás me gusta esa playa porque es un reflejo de como me siento a veces, además odio los tumultos de gente y de niños que corren, vendedores sacandote medio sueldo por un churro que de tanto estar bajo el sol, es más probable que te de una gastroenteritis que una alegría.
Pero ahí estaba yo, el último día de mis vacaciones, una travesía en la que aproveché las dos semanas que me dieron del laburo para pasar por la casa de mis viejos unos días, hacerme mimar con mamá y charlar sobre fútbol y la herrería con el viejo, para luego seguir hasta esta playa. Me levanté a las 8:30, un lujo que solo me puedo dar en las vacaciones, bajé al comedor del pequeño hotel humilde en el que me estuve hospedando y me serví de la mesa que dejaban para que uno consumiera lo que quisiera, aunque no era mucho. Un par de frutas, dos tipos de pan caseros, manteca, mermelada, básicamente era como desayunar en casa, pero es distinto, esa ruptura de rutina es lo que hace que un desayuno idéntico sea diferente, lo distinto que si tomé durante esos días fue el té earl grey que en casa no tengo porque cuando voy al supermercado no compro, no se si por el precio o por qué, pero me gusta pero no lo compro.
Me senté contra la ventana, que tenía vista al mar, pero entre el hotel y la playa había un estacionamiento, una calle y media manzana de casitas que al estar en la pendiente, no tapaban la visión que la ventana tenía. No era un lugar pintoresco en absoluto, por eso mantenía en secreto a donde me escapaba de vacaciones, porque la gente no entendería por qué me vengo a estos lugares tan grises en pleno verano. El té estaba buenísimo, uno de los tipos de panes estaba medio seco, pero el otro estaba ideal. Quería disfrutar un poco más ese desayuno antes de volver a casa, además que tenía pensado recorrer la playa todo el día , así que no iba a almorzar seguramente, más allá de llevarme alguna vianda para el camino. Terminé de desayunar, agarré mi mochila, me puse la malla azul petroleo y gris que había llevado, también llevé la cámara de fotos, algunas cosas para comer, y un suéter liviano que me tejió mamá y que me dio la semana que estuve de visita. Dejé las llaves en recepción y salí.
La gente de ahí no era muy amistosa que digamos pero no eran malos, creo que simplemente no estaban acostumbrados a que llegue nadie de turismo, y simplemente no sabían como tratar con extraños, siempre fueron lugarcitos aislados, incluso durante la crisis, la falta de comida y de trabajo hizo estragos en todos, y dudo que los pesqueros hayan tenido gran diferencia, dado que muy poco lugares te ofrecen platos marinos. Pueblos como esos han de haber sufrido muchísimo, dado que todos los olvidan, se centran en los lugares más grandes. Llegaban noticias que la gente se desesperaba, todos rumores, porque antes era más difícil comunicarse como ahora, no había internet y dudo que haya habido muchos teléfonos tampoco.  Parecen más changas que otra cosa.  De todas maneras respondían el saludo con educación y miraban a los ojos al responder cualquier duda. No tenían prisa para nada, se tomaban su tiempo para todo, nada los apuraba. En parte los envidio. Compré unas chucherías, y me fui a mi travesía. Pasé por los muelles, vi un par de pesqueros acomodando las cosas para salir, es día de semana. Me había olvidado hasta de qué día de la semana estábamos de tan relajado que había estado últimamente. Solo uno de los pesqueros no estaba alistando las redes ni nada, solo había un señor, con la mirada apagada, sentado en el borde de su barco, mirando el agua, quise sacarle una foto, habría sido una gran postal, pero no se como podría tomarlo, y no quise tener problemas, así que seguí mi camino.
Estuve todo lo que restaba de mañana caminando, saqué muchas fotos, cangrejos dejando huellas en la arena, restos de barquitos y balsas encalladas, gaviotas jugando con la marea, y un pequeño acantilado de piedra que me pareció un lugar ideal para descansar y comer, miré por primera vez mi reloj y ya había pasado el mediodía. El exceso de nubes no me dejó percatarme de la hora. Busqué donde acomodarme, no sabía si sentarme sobre la arena o qué hacer, decidí sentarme a unos 10 metros de donde estaba la marea, así si empezaba a crecer, podría notarlo y moverme si hacía falta, pero quería aprovechar el lugar y la tranquilidad para comer.
Saqué todo lo que había llevado para comer y tomar, había llevado bastante, conozco mi apetito y sé que a veces puede ser muy voraz y todo este momento íntimo podría arruinarse si me atacaba el hambre, porque implicaba tener que volver a meterme al pueblito y, hacer eso ya me haría quedarme, me conozco. Mi mochila era ideal, porque era amplia pero no parecía un monstruo tampoco. Y la había equipado a tope, cuando empecé a sacar las cosas, hasta yo mismo me sorprendí de tanta comida que llevé. 2 latitas de cerveza y 2 de gaseosa, un par de sándwichs, un paquete pequeño de papas fritas, algunos frutos secos, galletas dulces, una barrita de cereal y unos pequeños chocolates, cortesía de mi madre. Definitivamente estaba equipado para una guerra.
Me senté, acomodé la cámara dentro de uno de los bolsillos dela mochila, empecé a acomodar la comida de forma que me sea fácil sacarla de la mochila, porque dejarla al viento del mar, podría desabastecerme con mucha facilidad. Saqué el primer sándwich y lo vi, estaba a unos 200 metros todavía, yo empecé a comer mientras de reojo vigilaba como se acercaba lentamente,era un niño de unos 6 o 7 años, jugando con un palo, haciendo dibujos en la arena, dando saltitos y mirando una que otra caracola en la arena. Bebí un sorbo de cerveza, y miré al mar, pensé "qué hace un niño tan chico, alejado del pueblo, solo?", quizás hay alguna casilla cercana que no vi durante el paseo y simplemente vive por ahí, no pude sacar muchas más conjeturas, pasó un momento por delante mío corriendo a toda velocidad por la alfombra de agua que se dibujaba en la orilla, estaba descalzo pero parecía no importarle, su carrera era para intentar atrapar una gaviota que estaba en la orilla, y que al verlo venir salió volando. Me dio gracia la escena, pero no emití ruido ni movimiento alguno, no quería interrumpir su diversión con mi presencia y creo que tampoco quería que el me interrumpiera a mí, aunque era obvio que el sabía que yo estaba ahí.
Volvió derrotado y agitado, apoyó sus manos en las rodillas y tomó aire tras esa corrida, aún con su palo en mano. Levantó la cabeza y miró alrededor, como ubicandose de donde estaba exactamente, me miró pero fue como si nada. Siguió deambulando cerca, pero ignorandome. Quizás no quiso molestarme o los niños eran como los adultos y no sabía cómo interactuar con extraños.
Di un nuevo sorbo a mi cerveza, el último y me dispuse a abrir la segunda lata, por lo que la dejé a un costado por un momento y empecé a buscar la nueva. Cuando levanté la vista, lo vi corriendo hacia mí, le brillaban los ojos, tenía un pantalón corto azul oscuro, no era viejo, pero no era nuevo tampoco, se veía gastado y lo tenía lleno de arena, y tenía una remera de un celeste apagado. De haber venido con alguien hubieramos discutido si era celeste o gris, pero en mi soledad, mi autoritarismo definió que era celeste. Corrió juguetonamente, y frenó a unos 3 o 4 metros, se paró firme y esbozó con timidez y curiosidad unas palabras
- Señor, va a usar esa lata vacía?
En un momento pensé que me preguntaría si tenía comida o algo para ofrecerle, pero estaba concentrado en la lata.
- No, no voy a utilizarla. La querés?
- Si - sonrió maravillado - puede regalarmela?
- Por supuesto
La tomé y extendí la mano con la lata, hizo un pequeño movimiento pero se intimidó, me volvió a mirar y avanzó lentamente, cuando estuvo a punto de agarrarla, llevé mi mano atrás y dudé. No se por qué pensé en que darle una lata de cerveza, incluso vacía a un niño estaba mal. Medité un segundo mientras el se quedó congelado con su manito extendida. Así que tuve una idea mejor.
- Tenes sed? Querés una gaseosa? y podes quedarte con la latita después
- Si si - Si antes se había maravillado, ahora su expresión era la felicidad encarnada.
- Prefiero que te vean jugando con esto y no con una lata de cerveza - si, mantenía mi papel de viejo cascarrabias que había adquirido segundos atrás.
Saqué una de las latas y la abrí, se la extendí y la agarró firmemente, miró el interior de la lata y me miró, todavía no lo creía. Extendí mi lata de cerveza y le propuse un "salud" chocando las latas, lo hizo lentamente. y dio un sorbo grande. Creo que no supo como agradecerme y solo sonrió, una vez más.
- Comiste? te gustan los sándwiches?
- No no comí. Hace mucho no como uno - me dijo, al decir esto su mirada se apagó totalmente.
- Vení, sentate - hice el además de hacerle un lugar al lado mío, en una playa vacía, pero el entendió y se apresuró a sentarse. Yo saqué de la mochila los últimos sándwiches que quedaban. Puso su gaseosa al costado, la presionó contra la arena para que quedara firme, sacudió sus manitos de arena, dejó su palo entre sus pies y agarró el sándwich, me agradeció, miró al frente y empezó a comer.
Cada bocado que daba miraba al mar, sus ojos habían quedado apagados, pero cuando volteaba a verme se le encendía un brillo y una sonrisa muy tierna. Tenía hambre, y lo disimuló muy bien, pero la velocidad con que comía lo delataba. Terminamos y nos quedamos así, callados y mirando al frente. Podía disfrutar esa compañía tan silenciosa y tímida. Lo miré mientras se tomaba el resto de su gaseosa con prisa, casi atragantándose.No había notado que tenía el pelo húmedo, como si se hubiera metido en el mar algún rato antes, quizás horas dado el poco sol que podía atravesar por las nubes.
Miró hacia mi mochila y vio la cámara, no emitió palabra pero era obvio que le llamó la atención.
- Eso es para sacar fotos?
- Si, es mi cámara
- Sacaste muchas?
- Hoy saqué varias, querés ver?
- Verlas? sin papel?
- Sin que estén impresas? si obvio, podemos verlas desde la pantalla - le dije, y encendí la galería de la cámara, se acomodó atrás mío para observar sobre mi hombro. Le mostré todas las que tenía y había sacado durante esos días, algunas del pueblo, animales, los muelles, las disfrutó todas, como si fuera de otro lugar y no conociera nada de todo eso, me recordó a mamá cuando le muestro las fotos de mis viajes.
- No conoces el pueblo?
- Hace mucho vivía ahí, pero cuando mi papá nos llevó a otro lado ya no lo visité más.
- Claro.
Cuando llegamos al final, la siguiente foto era una que me había sacado todavía en lo de mis viejos, justamente, eramos los 3 abrazados. Lo escuché suspirar, lo miré y estaba pálido, más de lo que ya era naturalmente. Le pregunté si estaba bien, me miró y asintió con la cabeza.Guardé la cámara y recordé los chocolates.
- Tengo unos chocolates. Querés?
- Si
- Me los regaló mamá - le dije mientras terminaba de extender mi mano para que lo agarre, volvió a ponerse pálido, pero tomó el chocolate y se lo metió a la boca con prisa, casi ni lo saboreó. Se quedó mirando el envoltorio en su mano y me miró, miró el piso y volvió la vista.
- Dámelo, yo lo tiro después, así no lo tirás la playa - dije dando un nuevo sermón.
Me levanté y empecé a acomodar las cosas, tenía que volver dado que estaba un poco lejos de mi punto de partida. Pero sobre todo, no sabía cuanto más estaría acompañado por mi amigo, además que la humedad de la arena me estaba empezando a molestar.
-Ya te vas?
- No del todo, pero tengo que empezar a volver, sino después se me hace tarde, y mañana tengo un largo viaje.
- Puedo acompañarte?
- Si por supuesto. Agarró su palo y la lata y empezó a caminar a la par mía, pero a unos pasos de distancia. Me empezaron a consumir las dudas. - Te metiste al mar hace poco? tu pelo sigue húmedo
- Si, entro seguido al agua
- Y no te da frío? encima vas con solo una remera y un pantaloncito corto
- No no, ya me acostumbré, el agua no me da frío
- Y no te dice nada tu mamá de que te enfermes?
- No, ella no me dice nada
- Y tu papá?
- Mi papá se fue, cuando dejamos el pueblo y nos fuimos para el otro lado, nos dejó a mi y a mi mamá ahí.
- Ah, y qué hacía?
- Andaba en barco
- Y no lo viste más?
- A veces veo su barco, pero no quiero verlo. Me pone triste. - esas últimas palabras salieron hechas un nudo, no quise preguntarle más.
Caminamos un poco más en silencio, el siguió haciendo dibujos, correteando alrededor y analizando las caracolas y cangrejitos que veíamos en la arena. Vio una caracola grande y la levantó, estaba en perfecto estado, la sopló y la limpió bien. Quedó acuclillado en la arena y sin mirarme empezó a interrogarme él.
- Vos vivís con tu mamá?
- No, yo vivo en la ciudad. Por qué?
- Y ella está sola?
- No, vive con mi papá
- Y él la quiere mucho? - su tono se puso muy frio, casi anudada como hacía unos momentos
- Si creo que se quieren mucho
- Y vos la querés?
- Claro que si. Vos querés a tu mamá? - Automáticamente, levantó la vista y con los ojos un tanto vidriosos me miró fijamente
- Si, la quiero mucho. Y nos cuidamos mucho de los animales y todo eso.
- Animales?
- Si, hay muchos donde estamos, algunos no hacen nada pero otros son malos. Por eso tengo esto -mostrando su palo, o más bien, su arma. - A tu mamá le gusta que le regales cosas?
- Calculo que sí
Apenas asentí, miró la caracola en su mano y me la extendió
- Dale esto, le va a gustar.
Me dio muchisima ternura, le agradecí y lo agarré, cuando estaba por guardarlo sentí frío, miré la hora y ya eran casi las 17.
- Ya es tarde y empieza a hacer frío, no te hace frío?
- Un poco, pero ahora ya me voy para casa.
- Estas lejos?
- No mucho, llego rápido. Vos seguis para allá? - me dijo señalandome con el mentón el lado hacia donde iba el pueblo.
- Si.
- Bueno. Puedo pedirte algo?
- Lo que quieras
- Me darías un abrazo?
Fue el pedido más extraño que podría haber esperado, creí que me pediría un chocolate, o la lata de cerveza vacía. Me congelé por un segundo, pero atiné a agacharme. - Por supuesto.
Me abrazó con mucha fuerza, creo que nadie me había abrazado así antes, metió su cabecita al costado de mi hombro, podía sentir su cabello húmedo. En plena playa gris, en esa tarde fría y a la que nos arremetía el viento, nos dimos el abrazo más cálido del mundo.
Nos soltamos y miré alrededor, intenté divisar una casa, un pequeño rancho o lo que sea. Pero no se veía nada.
- Para qué lado queda tu casa? - le pregunté mientras seguía esforzandome por ver algún lugar que sirviera de hogar
- Para allá. - giré la vista hacia él y me estaba señalando el mar, no entendí. - Mejor me voy, mi mamá me debe estar esperando
Yo seguía sin entender, él me miró y esbozó una nueva sonrisa.
- No entiendo
- Nadie entiende. Muchas gracias - giró hacia el mar y empezó a corretear hacia el agua
- Esperá!
Solo me salieron esas palabras, no supe que decirle, no sabía que decir, no sabía que pasaba, no entendía nada, nos miramos y sin comprender lo que pasaba, me concentré en sus ojos, no había notado que eran grises, del color se ve el mar cuando está nublado. Sus ojos me tranquilizaron. Aún sin saber qué hacer solo atiné a abrir mi mochila, saqué la segunda lata y el chocolate que me quedaba. Le hice señas para que volviera, lo hizo dando saltitos.
- El chocolate es mi regalo para tu mamá. La lata es para que la compartan. Si?
- Está bien
Me volvió a agradecer, volteó hacia el mar y como si siguiera caminando sobre la playa, se perdió entre las olas. Yo me quedé petrificado, lo vi perderse, pero yo no estaba angustiado, no tenía miedo, ni me sentía triste. Me quedé unos segundos más ahí y seguí mi camino. Me puse el suéter que me dio mamá.
Llegué al pueblo, pensaba en alistar las cosas para la vuelta a casa, pensaba en qué iba a cenar esta noche, cuando pasé por lo muelles, Ya no había nadie, solo los barcos estacionados meciendose con las olas, y el hombre que más temprano miraba hacia el mar. Cruzamos miradas, por un instante, estábamos a unos varios metros de distancia, pero podría jurar que sus ojos eran grises.
Llegué al hotel, me di un baño, cené y me dormí, al día siguiente emprendí el regreso a casa. De pasada volví por lo de mis padres, le llevé la caracola de regalo a mi mamá. Le gustó mucho.

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