Shtultz entró al enorme, lujoso y oscuro cuarto de su mansión, era curioso como el cuarto más lujoso y amplio que uno pudiera imaginarse y desear, en plena oscuridad parecía tan lugubre y gélido como el callejon de mala muerte más tenebroso que pudiera existir.
Sus guardaespaldas lo acompañaron hasta la puerta como era costumbre, Shtultz odiaba que alguien entrara con él a su habitación. El ser el mafioso más peligroso desde los Balcanes a Los Andes y uno de los hombres más poderosos del planeta (aunque eso no era de público conocimiento), no le quitaban esas manías. Parte de ese poder llegó por la falta de miedo que siempre presentó durante su extensa vida criminal, había sido una de las herramientas que lo habían llevado a esa posición. Parecía una persona inmutable. Ni el más atroz de los asesinatos, robos, atentados, masacres, ni siquiera las consecuencias de esos actos le habían generado nada en absoluto, jamás.
Como muchos en el negocio de los crímenes, había empezado desde abajo, como un simple camello de drogas de un tipo que no era ni por cerca el mejor narcotraficante de esa pequeña ciudad donde se crió. Pero fue su primer paso, aprendió con mucha astucia lo que hacía falta, y así con el tiempo, empezó a escalar. Ahora podía si quisiera comprarse países enteros y reinarlos, y ni siquiera la ONU le pondría objeciones por ello.
Algo que también lo elevó a lo que hoy era, fue que nunca dejo de aprender, de estudiar. Algo que además de educación le dió una buena pantalla durante su etapa intermedia. Incluso obtuvo un titulo universitario, y asiduo a la lectura, se aventuró en todo tipo de literatura, en todo tipo de conocimiento. Eso le dió ventaja ante sus rivales y colegas de la mafia. Todo lo medía, todo lo calculaba y todo salía medianamente como el planeaba.
Luego de cruzar la puerta, ni siquiera encendió las luces. Los restos de pólvora, de todas las sustancias con las que lidiaba y todo lo que había tenido que hacer durante el día, lo habían agotado. Solo miró las luz de la luna y las luces de la ciudad que entraban por el espacio que un par de cortinas cerradas a medias dejaban entrar a un sector de la habitación, como un halo celestial. Ese halo plateado cruzaba la enorme suite, iluminando la pequeña mesa que tenía el tablero de ajedrez y un cenicero enorme que le habían regalado uno de los tantos beneficiados por todo su trabajo.
Miró por segundo el ajedrez, esa partida la jugó por meses, alternando el rol de ambos jugadores, en realidad, aplicaba un juego de causas y efectos, siempre jugó con las piezas blancas, prefería que los demás siguieran su juego y si era necesario, enredarlos en sus trampas para sacar partida, pero también buscaba generarse problemas, para prepararse. Hacia unos días, había logrado atrapar y cobrarse a la reina negra, y desde ahí, se mantuvo a la defensiva, porque sabía que eliminar una pieza tan importante, traería consecuencias. En esos segundos, donde se adentró en el tablero, repasó las jugadas que se habían realizado últimamente, tanto blancas como negras. Miró el cenicero, que tenía el resto de 3 habanos colombianos (que había conseguido en su "paseo" por Sudamérica, un viajecito de negocios), y las colillas de cigarros que habían quedado de noches anteriores, como secuelas de las compañías que había tenido últimamente por parte de alguna que otra mujer que había conquistado, porque no solo era poderoso, era carismático y seductor, no necesitaba tener que recurrir a su poder para conseguir una amante. Volvió a suspirar. Estaba cansado, entró a la habitación, tomó su bata y se fue a dar una ducha. Eso lo relajaba siempre, hoy lo necesitaba.
Luego de la ducha, se puso solamente un pantalón corto como de seda, fue a la barra que tenía casi a la salida del cuarto donde estaba su cama, porque obviamente, su habitación era prácticamente un departamento, con todos los lujos y chiches que quería.
Sacó un vaso y un whisky escocés añejo que el más conocedor hubiera pagado miles y miles por saborear un par de gotas. Él tenía a botella prácticamente entera, aún con tanto poder sabía que eso era algo valioo, pero esa noche decidió llevarse la botella con él. Antes de dejar la barra, se sirvió un shot de absenta, casi rebalsante y se lo tomó como si fuera agua, aunque el calor que sintió instantes después en su garganta comprobaban que eso definitivamente estaba muy lejos de ser agua. Luego llenó una hielera y puso la pinza metálica dentro, y se dirigió a la mesa donde estaba el tablero de ajedrez.
Caminó bajo ese halo, pudo ver la luna asomada en el cielo, o quizás era ella podía verlo ahora a él. Su cuerpo no reflejaba sus casi 50 años de edad, la genética había sido bondadosa y se mantenía con un porte casi atlético. Eso también le ayudaba a conquistar mujeres. Dejó el vaso y la hielera en la mesa, sin soltar la botella, tomó 2 hielos con las pinzas y generó una dulce melodía cristalina que resonó por toda la habitación, luego abrió la botella y sirvió un poco de whisky, casi con la elegancia de un bartender, tantos años tomando le habían dado habilidad para eso. Luego acomodó el vaso del otro lado del tablero
Acercó una silla al costado de la mesa, se sentó y apoyó sus pies descalzos en ese taburete que acababa de improvisar. Abrió el pequeño cajón que esa mesa tenía, tomó rápidamente uno de los habanos y el encendedor, cortó la punta, cerró el cajón y lo encendió. El destello de la llama encendiéndose lo iluminó todo por un instante, luego todo oscuridad, y luego, el ruido metálico del encendedor cerrándose hizo eco como lo habían hecho los hielos en el vaso.
Miró el tablero nuevamente, volvió a recordar los movimientos, recordaba todos los que había hecho, desde el primer peón hasta ahora. El panorama del blanco era difícil, dado que al perder a su reina, el negro había arremetido contra el blanco, se cobró un par de piezas medianas y hasta incluso una torre, la reina blanca estaba protegida por los blancos pero anulada. Shtultz tomó aire, miró la linea de piezas negras eliminadas que ponía al costado del tablero, como si de un mausoleo se tratara, el cual había llenado con cuerpos de madera finamente labrada a mano. Miró esos cuerpos detenidamente, tomó al rey blanco e hizo la única jugada posible que tenía a su alcance, ahora la pieza del monarca volvía a ocupar el casillero donde estaba ubicado al iniciar la partida, pero en soledad. Exhaló.
Hizo una pitada fuerte a su habano, levantó la cara y expulsó el aire hacia arriba. Cuando bajó la cara, miró a la oscuridad por un momento, luego volvió a cruzar una mirada con la luna, que iluminó sus pies, el pantaloncillo, su torso desnudo y sus ojos. Tomo aire con fuerza, más que aire tomó coraje. Suspiró.
"Aprecio el momento que he tenido para poder ponerme a gusto. La calma y el silencio pueden ser acogedores, aún en este momento" dijo, volviendo a darle una pitada al habano, se estiró hasta el cenicero y lo sacudió. "Cualquier persona en esta tierra podría querer tener mi vida, mis lujos, mi riqueza, y obviamente, mi poder. Y no los culpo, soy consciente de que ser quien soy, genera más enemigos que amigos, e incluso algunos de mis "amigos" desearían ver mi cabeza en una bandeja de plata".
Agarró la botella, se la llevó a la boca y dió un trago que duró varios segundos, muchos tipos duros hubieran caído tumbados con la mitad de ese trago.
"Cometí muchos crímenes, no solo mis manos están manchadas de sangre, también mi alma, y esas manchas son de todo tipo de gente, desde tipos que se lo merecían, hasta de pobres inocentes. E incluso esos crímenes tuvieron consecuencias que también son manchas. No seré hipócrita y decir que ahora me arrepiento de todo eso, al contrario, hice lo que tenía que hacer. Pasó lo que tenía que pasar. No jugué con fuego, tomé un lanzallamas y quemé a todos los peces gordos que se interpusieron en mi camino. Conseguí respeto, conseguí miedo". Dió un sorbo más a la botella, aunque ahora más normal. Volvió a mirar a la oscuridad, a un punto preciso, y sonrió con resignación, y también con un poco de melancolía. Ahora miró al rey blanco, lo tomó y lo acogió en su mano. Hizo un poco de silencio, recordó como hacía algunas semanas había eliminado unos agentes de la interpol que habían estado siguiéndolo. Uno de esos agentes era una bella mujer, morena, con el pelo rizado y unos ojos almendrados que pocas veces en su vida había visto. No era una mujer voluptuosa, pero tenía una sonrisa encantadora. Se habían conocido en un bar, habían pasado una noche maravillosa, no solo con alcohol y risas elocuentes, sino también de sexo. Miró al cenicero y reconoció la colilla cigarrillo que ella apagó esa noche tras ese momento de pasión, casi pudo ver nuevamente la escena, ella cubierta solamente por una bata de seda color beige, con su piel centelleando bajo la misma luna que ahora lo iluminaba a él, pudo verla dando la pitada final, apagando ese cigarro mentolado y mostrándole esa sonrisa tan hermosa que lo había atrapado en el bar. Horas después, sería él mismo quien se encargaría de matarla, pues sabía quien era ella, y quienes estaban con ella apoyándola. Obviamente, no quedó ninguno vivo.
Volvió a dejar al rey en su posición. "Nuevamente, gracias por permitirme ponerme a gusto. Sé por qué estás aquí, aunque no sé bien quien eres. No sé si trabajas para Interpol, para alguna familia de la mafia o si simplemente eres un hombre buscando venganza. No me interesa tampoco, sé que todo esto es porque te arrebaté a alguien importante en tu vida. La reina negra. Lo sé porque no está con las demás piezas en la mesa. Era una mujer maravillosa, pero entenderás que no podía dejarla ir, por más increíble que fuera". Apoyó la botella contra la mesa y bajó los pies de la silla, miró a la oscuridad una vez más y dió una pitada al habano, la llama del puro trazó muy suavemente una silueta en la oscuridad. "He tenido de todo que se podría tener, cualquier cosa que pudiera darte el dinero, desde autos y mansiones hasta los tesoros más invaluables del planeta, luego de eso llegan los vicios: el alcohol, el juego, las mujeres, las drogas. Solo te diré una cosa, el peor vicio que un ser humano puede tener, es el poder. Puedes tener y dejar cualquier vicio, pero el poder, ohh si, eso no querrás dejarlo nunca. Otros vicios te consumen la salud, la mente, el cuerpo, pero el poder consume todo lo que está a tu alrededor y tu mente, no hay mejor forma de arruinar tu mente que llenarla de poder, porque eres completamente consciente de lo que haces y por qué lo haces. Y no te detienes nunca. Haz lo que debas hacer, pero jamás te rindas ante el poder. El día que tengas poder, no tendrás nada".
Unos pasos se acercaron hacia la mesa, la luna enmarcó una figura humana pero no detalló rostros no apariencias. "Prueba ese escocés, no encontrarás nada igual". Una mano se asomó al halo de luz, y dejo a la reina negra en el costado del tablero, con calma agarró el vaso y éste desapareció en la penumbra, se oyó el choque de los hielos y el vaso volvió a la mesa, ahora el whisky ya no estaba.
Shtultz tomó uno de los alfiles negros, lo posicionó, estudió la jugada entrecerrando los ojos. Cuando estuvo seguro, hizo un gesto de aprobación, abrió los ojos y con una leve sonrisa miró hacia la oscuridad nuevamente. Una voz salió de entre las tinieblas: "Jaque Mate".
Shtultz miró a la luna una última vez, y cerró los ojos
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