Siempre está ahí, de buen humor, en la misma cuadra desde hace años, desde el día que me mudé al barrio. No sabía su nombre, pero a diario lo veía, si pasaba de día estaba cerca de la esquina, pidiendo alguna moneda siempre en tono educado, o mirando a la gente pasar como si fuera un guardián de todos. Pocas veces lo oí hablar, si barba tupida entorpecía el ruido de sus balbuceos cuando hablaba consigo mismo, pero aclaraba la voz si lo que tenía para decir era relevante.
De noche, estaba en su refugio improvisado, con el colchón viejo que algún vecino le habrá dado o que habrá encontrado en alguno de los containers de basura, una cúpula de cartones y tablas y unas frazadas grises con manchas de colores, de esas como las que tenían mis abuelos en casa. Y dentro quién sabe cuántas chucherías, que podían divisarse tímidamente con el halo de luz que el foco que tenia a unos 10 metros de su mono ambiente con vista a la calle.
Siempre está ahí, con unos ojos que reflejan que más allá de todo ese tiempo en las frías calles de la ciudad, en algún momento tuvo otra vida, como la mía, como la de cualquiera que uno a veces no valora que tiene.
Pero no era esa mirada, ni su forma de hablar, ni su ropa harapienta, o sus preguntas todos los lunes al del puesto de diarios de quién ganó el fin de semana en el torneo de primera lo que siempre presto atención al pasar junto a él, es eso que lleva en su mano siempre, envuelto en un retazo de tela como protegiéndolo hasta del sol. Ese pequeño paquete improvisado que no será más grande que un peón de ajedrez que lleva siempre en su mano. Siempre. Y al que alguna vez, le visto sentarse, casi hecho un ovillo en la vereda y espiándolo con timidez, como si lo explorara por primera vez, o como si quisiera revisar que sigue ahí. Ese tótem que nadie jamás ha visto, y que quizás nadie verá excepto él. Qué misterio encontrará, qué valor tendrá para cuidarlo tanto, y que por lo visto ni se cruza por su mente cambiarlo por algo de dinero.
Quizás el dinero no hace falta con eso, ni un techo, ni un plato de comida caliente 3 veces al día. Quizás todo eso no tiene valor, al lado de ese tótem. Quien sabe en qué basurero lo encontró, o en que parte de esa vida desconocida que alguna vez debió tener le ha sido entregado y ahora lo guarda y de una manera como si su vida dependiera de eso.
Siempre está ahí, de buen humor, en la misma cuadra desde hace años, desde el día que me mudé al barrio
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