Dorothy entró al restaurante del hotel Galantis como lo hacía usualmente cada miércoles, era su permitido para cortar la rutina.
Llegó con un atuendo digno de alguien de la realeza o similar: Una falda caqui que terminaba a la altura de las rodillas, porque era lo que consideraba lo más atrevido que alguien de su edad ya debería usar sin quedar en ridículo, una chaqueta que completaba el conjunto, tenía un prendedor de oro con forma de ave, no recordaba cual ave era, su amado Rick se lo había regalado en uno de sus viajes en África, tampoco recordaba el país, pero era un detalle magistral y raro. Por debajo usaba una camisa color crema que armonizaba con el resto del conjunto. En los pies, unos zapatos con un taco prominente para alguien de su edad, pero había vivido tanto tiempo usándolos que ya no usarlos le parecía extraño. Amaba esos zapatos, también los amaba Rick, por eso cada vez que venía al Galantis los utilizaba, como un tributo al hombre que jamás dejaría de amar. Completaba su atuendo con anillos y pequeñas joyas tan bellas, que al verla, hacía que ese restaurante 5 estrellas pareciera un hostal de menor categoría. Así llegaba cada miércoles, siempre a la hora del almuerzo.
Los mozos ya la conocían, y le reservaban la mesa junto al ventanal que tenía la vista de casi toda la bahía, una de las vistas más maravillosas que podría tenerse para comer en el mundo. Ella la disfrutaba, cada miércoles. Ella entró saludando levemente con la cabeza y esbozando una sonrisa a quienes se cruzaban a su paso, se acomodó en su mesa de siempre y pidió Cordero con salsa de ciruelas. Sabía que ese plato demoraría, simplemente quería tener un momento para si misma. Miró el mar, lo vio tan imponente, tan hermoso. Se había mudado a Indonesia hacía ya 1 año pero no dejaba de sorprenderse con tan maravillosa vista, pero no era suficiente, ni esa vista ni nada en el mundo podía borrarle la pena que la acongojaba. Miró sus manos, ya no las reconocía, no eran las manos suaves que alguna vez tuvo, ahora solo veía una piel áspera, y percudida por tantos productos de belleza que aplicó para que no perdieran su juventud, pero no podía luchar contra el tiempo. Dejó de mirar sus manos y volvió a mirar hacia el mar, quizás el paisaje la distraía un poco, pero sus ojos ya estaban humedecidos. Ya no eran solo sus manos, era todo, todo lo que en su vida había ido cambiado con el correr del tiempo. Tan lejana de recordar cuando era una jovencita en plena ciudad rodeada de montañas en Denver, tapada de nieve y hielo, recordaba cuando conoció el mar por primera vez en su adolescencia, y el día que lo conoció a él, a Rick. El hombre más apuesto que había existido en la historia de la humanidad y que se fijó en esa joven de cabellos castaños y labios carnosos. Alguien como él podría haberse fijado en chicas más voluptuosas o incluso más hermosas que ella. Pero él, al igual que ella, quedaron maravillados el uno con el otro. Recordaba el vestido que ella usaba en esa fiesta de fin de año, y podía detallar con exactitud el atuendo que llevaba Rick esa misma noche.
Rick era un aventurero, la rutina lo agobiaba, recibido con honores como arquitecto en Columbia y de gran familia, herramientas clave para que pudiera hacer lo que quisiera, cuando se aburría de una casa, la vendía y se mudaba a una diferente, cambiaba los autos con frecuencia, pero nunca se aburría de Dorothy, y ella no se cansaba de él. El empezó a trabajar en proyectos grandes de casinos, hoteles, rascacielos y al finalizar se iba a otra parte del mundo a una nueva aventura, siempre con su amada Dorothy. Fue tras finalizar el Gran Galantis de Indonesia, que la invitó a almorzar, se sentaron en una mesita junto a la ventana que daba a la bahía., tras el postre, él le pidió casamiento. Ella sin titubear aceptó, no podían ser más felices. Dorothy recordó ese instante, como todos los miércoles, y no pudo evitar llorar. Lo extrañaba mucho, había pasado casi 2 años de su muerte pero ella lo extrañaba como nunca. Se sentía vieja, quería que el tiempo parara, no quería perder su aspecto tan hermoso, el que había enamorado a su amado Rick, no podía evitarlo. Así como no podía evitar llorar.
Su almuerzo llegó, y con el dulzor de la salsa también llegaron los recuerdos dulces. Las ciudades del mundo en que vivieron, que llegaron a conocer, los maravillosos días junto a él. Su semblante mejoraba con cada bocado, incluso volvía a esbozar sonrisas entre bocado y bocado. Luego pidíó el postre, mientras esperaba miró al salón del Hotel, estaban puestas las noticias pero no les prestaba atención, solo miró un poco más el mar hasta que trajeran su postre. Lo comió, y se quedó un poco más, sabía que recién el próximo miércoles volvería al Galantis, aún miraba el mar, vio la playa, jamás había ido sin Rick, le entró un deseo sobrenatural de ir hacia allá.
Tomó su bolso, saludó al personal del hotel y se fue, a paso lento hacia la playa, al llegar se quitó los zapatos, quería sentir la arena en la planta de los pies, hacía buen clima aunque el viento estaba algo fuerte no le importó, incluso veía a las aves alejarse del océano. Miró al mar, sonrió. Volvía a ser feliz.
26 de Diciembre del 2004 , Indonesia
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