No me voy a olvidar esos ojos, inyectados de furia, como una fiera a la que intentando cazarla lastimaste y ahora viene por tu sangre.
Hacía tiempo que salíamos, tiempo largo, ahora no recuerdo con precisión cuanto llevábamos hasta ese día. Pero era la relación más larga que había tenido hasta ese momento, aunque estaba en un proceso de desgaste. Los pocos años de edad entre nosotros a veces contrastaba, ella era mayor que yo, aunque muchos días parecía que el mayor fuera yo.
Nunca se entiende por qué nos gusta emparejarnos con personalidades tan distintas a las nuestras, los románticos dicen que es porque las almas se complementan. Yo creo que a veces puede ser una bomba de tiempo, o al menos yo hice explotar una.
En mis momentos de juventud tenía las características de todo joven, perdía la atención con frecuencia, me parecían graciosas cosas que a los demás no lo eran tanto, y vivía con más buen humor que la gente madura. Por su lado ella era de personalidad fuerte, de esa gente que no importa lo que le digas, su palabra y opinión es la correcta y no hay nada en este universo que cambie eso. Muchas veces lo usaba en mi contra, ella lo sabía, yo lo sabía, pero más allá de ser así, nos queríamos así.
Como dije, la relación se desgastaba. Habíamos estados un tanto tajantes los últimos días, al punto que hablábamos lo mínimo para no discutir, era una separación sin oficializar, porque quizás algo podría reflotar todo.
Coincidió con un cumpleaños en mi familia, a la que por el cariño que tenían ambas familias con el otro, ella fue invitada, aunque algunos estaban avisados de que no estábamos en días rosados. La fiesta iba a ser grande, por lo que venían muchos parientes de todos lados, y como es común en mi ciudad, se hacen misas para conmemorar los natalicios importantes. Debido al trabajo y por la distancia que estábamos teniendo, no fuimos juntos. Yo llegué después, ella no estaba muy producida ni nada, pero no dejaba de parecerme hermosa, aunque no se lo iba a decir para no sentirme débil ante ella, porque sí, había un duelo de orgullos importantes. Cuando empecé a saludar a los ya presentes noté que faltaban algunos, increíblemente yo había llegado temprano. La saludé, la miré a sus ojos marrones, que me vieron con dulzura, y en ésas miradas dijimos todas las cosas lindas que teníamos para decirnos, que no habían sido pronunciadas luego del "como estas?" de formalidad.
Yo no quise enroscarme más, me fui a hablar con algún primo, a mirar los detalles de la iglesia que hacia mucho no había visto, no soy un tipo religioso pero siempre me pareció rescatable el arte de las iglesias católicas. De pronto llegó junto a la cumpleañera una tía del interior, esas que vi quizás 3 veces en mi vida pero que uno quiere como si la hubiera tenido toda la vida. Me adelanté, la saludé con un gran abrazo y la dejé saludando al resto de los presentes. Había decidido relajarme un poco. Grave error.
Me distraje unos segundos, no fue más que eso, de pronto siento que me tocan el brazo, mientras giro la cabeza escucho "terminá vos" de parte de mamá, en mi visión solo tenía a la tía a unos centímetros, mis primos y otra tía atrás de ella. Quizás fue mi distracción o mi confusión de esas palabras que no entendí que pasaba. A sabiendas que la tía era religiosa, solo interpreté que le muestre rápidamente la iglesia, la cual había visto con cuidado desde hacía media hora. Dicha presentación fue fugaz dado que ya nos sentábamos. Al frente íbamos todos los sanguíneos de la homenajeada en la ceremonia, me acomodé y recordé que estaba ella, volteé la vista y ahí vi esos ojos, amalgamados entre furia, odio, decepción y tristeza, tan equilibrado tras esa pequeña capa vidriosa que ahora los cubrían. Había cometido un error y no lo vi, y no lo supe tampoco hasta después, aunque me imaginé que algo estaba mal.
En principio pensé que quizás ella esperaba que más allá de todo, la llevara a sentarse conmigo, pero no me pareció lógico ponerse así por eso. Mi abuela atinó a preguntarme suavemente si estábamos peleados, a lo que le describí rápidamente que simplemente no estábamos en un buen momento.
La ceremonia terminó, empezamos todos a movernos para irnos, volví a mirarla y los ojos estaban peor, eso era un agujero negro. Sin cruzar palabras nos dimos a entender que charlaríamos afuera, lejos de todos. Porque definitivamente algo no iba bien.
Sus primeras palabras fueron tajantes: "No creí que fueras tan forro", mientras sonaban esas palabras seguí pensando que todo esto vendría por lo de no haberla sentado al lado mío durante la misa, hasta que lanzó "Yo nunca te hubiera hecho algo así frente a mi familia, quedé como una pelotuda". Después de algunos gritos me dí cuenta de lo que había pasado: la frase de mamá "terminá vos", era para que la presente con la tía, porque era mi "responsabilidad" hacerlo, aunque le había dicho que estábamos peleados. Pero en mi distracción en ese momento, y al no verla en ese instante, jamás se me cruzó por la cabeza ese gesto de formalidad, incluso había interpretado que ya las habían presentado.
No hubo palabras para que me creyera que lo que había pasado, no había sido intencional. En su terquedad no pudo comprender mi posición, colo muchas veces había pasado antes, pero está vez para ella fue un revés al alma, y entendí como se sentía: rechazada, ignorada, menospreciada, y ante la vista no solo de una tía a la que nunca vería de nuevo, sino ante la vista de algunas otras tías chismosas e incluso creo que ante Dios por haber estado dentro de la iglesia.
Como toda pelea, eso fue el detonante de una discusión que duró horas, en las que empezó una bola de nieve de reproches que no terminaría hasta que ella decidió tomarse el colectivo para irse a su casa, e irse de mi vida.
Quizás era el pie que necesitábamos para cerrar todo, quizás todo seguiría extendiéndose un poco más hasta separarnos, o quizás ya estábamos cruzando lo peor para volver a estar bien, lo único que sé, es que la facilidad con la que puede romperse un corazón, es a veces tan sutil como distraerse, por tan solo 20 segundos.
miércoles, 18 de septiembre de 2019
Totem
Siempre está ahí, de buen humor, en la misma cuadra desde hace años, desde el día que me mudé al barrio. No sabía su nombre, pero a diario lo veía, si pasaba de día estaba cerca de la esquina, pidiendo alguna moneda siempre en tono educado, o mirando a la gente pasar como si fuera un guardián de todos. Pocas veces lo oí hablar, si barba tupida entorpecía el ruido de sus balbuceos cuando hablaba consigo mismo, pero aclaraba la voz si lo que tenía para decir era relevante.
De noche, estaba en su refugio improvisado, con el colchón viejo que algún vecino le habrá dado o que habrá encontrado en alguno de los containers de basura, una cúpula de cartones y tablas y unas frazadas grises con manchas de colores, de esas como las que tenían mis abuelos en casa. Y dentro quién sabe cuántas chucherías, que podían divisarse tímidamente con el halo de luz que el foco que tenia a unos 10 metros de su mono ambiente con vista a la calle.
Siempre está ahí, con unos ojos que reflejan que más allá de todo ese tiempo en las frías calles de la ciudad, en algún momento tuvo otra vida, como la mía, como la de cualquiera que uno a veces no valora que tiene.
Pero no era esa mirada, ni su forma de hablar, ni su ropa harapienta, o sus preguntas todos los lunes al del puesto de diarios de quién ganó el fin de semana en el torneo de primera lo que siempre presto atención al pasar junto a él, es eso que lleva en su mano siempre, envuelto en un retazo de tela como protegiéndolo hasta del sol. Ese pequeño paquete improvisado que no será más grande que un peón de ajedrez que lleva siempre en su mano. Siempre. Y al que alguna vez, le visto sentarse, casi hecho un ovillo en la vereda y espiándolo con timidez, como si lo explorara por primera vez, o como si quisiera revisar que sigue ahí. Ese tótem que nadie jamás ha visto, y que quizás nadie verá excepto él. Qué misterio encontrará, qué valor tendrá para cuidarlo tanto, y que por lo visto ni se cruza por su mente cambiarlo por algo de dinero.
Quizás el dinero no hace falta con eso, ni un techo, ni un plato de comida caliente 3 veces al día. Quizás todo eso no tiene valor, al lado de ese tótem. Quien sabe en qué basurero lo encontró, o en que parte de esa vida desconocida que alguna vez debió tener le ha sido entregado y ahora lo guarda y de una manera como si su vida dependiera de eso.
Siempre está ahí, de buen humor, en la misma cuadra desde hace años, desde el día que me mudé al barrio
De noche, estaba en su refugio improvisado, con el colchón viejo que algún vecino le habrá dado o que habrá encontrado en alguno de los containers de basura, una cúpula de cartones y tablas y unas frazadas grises con manchas de colores, de esas como las que tenían mis abuelos en casa. Y dentro quién sabe cuántas chucherías, que podían divisarse tímidamente con el halo de luz que el foco que tenia a unos 10 metros de su mono ambiente con vista a la calle.
Siempre está ahí, con unos ojos que reflejan que más allá de todo ese tiempo en las frías calles de la ciudad, en algún momento tuvo otra vida, como la mía, como la de cualquiera que uno a veces no valora que tiene.
Pero no era esa mirada, ni su forma de hablar, ni su ropa harapienta, o sus preguntas todos los lunes al del puesto de diarios de quién ganó el fin de semana en el torneo de primera lo que siempre presto atención al pasar junto a él, es eso que lleva en su mano siempre, envuelto en un retazo de tela como protegiéndolo hasta del sol. Ese pequeño paquete improvisado que no será más grande que un peón de ajedrez que lleva siempre en su mano. Siempre. Y al que alguna vez, le visto sentarse, casi hecho un ovillo en la vereda y espiándolo con timidez, como si lo explorara por primera vez, o como si quisiera revisar que sigue ahí. Ese tótem que nadie jamás ha visto, y que quizás nadie verá excepto él. Qué misterio encontrará, qué valor tendrá para cuidarlo tanto, y que por lo visto ni se cruza por su mente cambiarlo por algo de dinero.
Quizás el dinero no hace falta con eso, ni un techo, ni un plato de comida caliente 3 veces al día. Quizás todo eso no tiene valor, al lado de ese tótem. Quien sabe en qué basurero lo encontró, o en que parte de esa vida desconocida que alguna vez debió tener le ha sido entregado y ahora lo guarda y de una manera como si su vida dependiera de eso.
Siempre está ahí, de buen humor, en la misma cuadra desde hace años, desde el día que me mudé al barrio
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